Desde cuando en el inicio del siglo XX las radio emisoras hicieron su irrupción en el mundo, se convirtieron en uno de los más atractivos y embrujadores medios de comunicación.
Añoranza y exquisito deleite se sienten al oír a quienes vivieron los primeros tiempos de la radio, narrar las aventuras y de cómo la osada imaginación de los pioneros logró volver realidad un medio de comunicación y darle desde sus comienzos identidad y universo propios.
La Radio, como medio de comunicación, desde un principio ha cincelado un perfil de alto contenido cultural, ha sido un eficaz medio para difundir noticias, divulgación e impulso de la música y fue y sigue siendo el epicentro del entretenimiento de varias generaciones.
Esa es la impronta que deben tener quienes se dedican a la radiodifusión en nuestros días y su desafío es continuar y mejorar el legado de quienes nos antecedieron en este oficio.
Más cada tiempo trae su afán y el siglo XXI, con la irrupción fuerte de diversos medios electrónicos como la Internet y con esta las redes sociales, ha traído para cada tipo de medio de comunicación desafíos que la inteligencia debe saber vencer para permanecer.
En las emisoras dedicadas a la divulgación de música popular contemporánea, comunicadores y locutores, en su afán de captar audiencia frente al creciente número de oyentes que prefieren escuchar melodías por los más diversos medios de difusión electrónicos, han tomado atajos que cada vez más sectores de la opinión pública consideran equivocados y erróneos.
Insisten en ello, pese a las observaciones que desde diversos ángulos han hecho estudiosos y observadores. Lo que se tilda de erróneo es hacer de la vulgaridad un estilo y ello es cada vez más frecuente entre quienes trabajan en algunas radio difusora; hoy, lo común es oír de tales comunicadores y locutores giros diplomáticos incorrectos, de mal gusto y el hablar postizo en la aparente confianza que quieren tener en sus diálogos con los radioescuchas.
Desafortunadamente en más de una de tales emisoras se ha creído, incorrectamente, que la chabacanería puede ser una forma válida de comunicación y sin proponérselo, enaltecen la vulgaridad como si ella fuera un valor. Como buena parte de su audiencia es de adolescentes y jóvenes, las consecuencias de ello son muchas y poco edificantes.
Considerando que resulta oportuno y ajustado a los principios de defensa de la moral y las buenas costumbres, traemos a colación un reciente pronunciamiento del Consejo de Estado en torno al contenido y la adecuación auto-regulada que deben tener los programas radiales.
En atención a una acción popular impetrada contra un programa radial, caracterizado por un lenguaje abierto al doble sentido –tal como sucede en algunas emisoras de Barranquilla– esa alta corporación conceptuó que las frecuencias de radio deben difundir la cultura, algo que no se viene haciendo en algunos de los denominados programas juveniles; condicionados solo a la explotación de temas relacionados con la obscenidad, en donde se deja abierto el micrófono para que los oyentes inducidos por las preguntas y la forma poco profesional de sus conductores ahondan en sus intimidades de una manera pública, sin importar el horario ni el respeto a los oyentes.
Orientar y construir en valores que redunden a mejorar la sociedad, ha de ser el objetivo en común en la radio, no la utilización facilista del vulgarismo bajo el amparo de una libertad de expresión absoluta
 
			 
		










