Las casetas, epicentro del carnaval soledeño

Por Lorenzo Oyola Carrillo
Especial para LA LIBERTAD

Las casetas de baile llegaron a ser en su momento el epicentro del Carnaval de Soledad. Todas las casetas se llenaban en un mismo día, y se podría decir que la máxima fiesta y el coge-coge del Carnaval soledeño, durante las décadas del 70 al 90 se desarrollaba realmente en estos centros de gozo y sana diversión. ¡Qué tiempos aquellos y qué gozadera!


¡Recordar es vivir!, dice el refrán. Y se puede dar fe de esa verdad al rememorar esa época hermosa, en la que disfrutábamos nuestra máxima fiesta en las llamadas casetas de baile, que constituían, en ese momento, el escenario ideal para dar rienda suelta a las parrandas del Carnaval. Al recordar, se revive esa vorágine de sensaciones, alegrías, y emociones tan placenteras y agradables, en las cuales nos vemos rodeados de tantos amigos, amigas, novias, familiares etc. Solo quienes hayan estado en la mitad de ese maremágnum podrán saber qué se siente, qué se experimenta. Por eso entendemos con tanta naturalidad y en su exacta dimensión, esa frase de combate que se ha convertido en el lema del Carnaval de Barranquilla que expresa: “¡Quien lo vive es quien lo goza!”.


Una vez establecido el contexto de nuestro recuento, adentrémonos entonces sobre cuáles han sido las más populares casetas de baile en el devenir del Carnaval soledeño.

Salones burreros
Antes debemos decir que su origen se remonta a la aparición de los que se denominaban salones burreros, cuyo nombre se debe al “vehículo” de transporte que utilizaban quienes asistían a divertirse: el burro, que era dejado a las puertas del salón y de allí surgió ese nombre. En estos salones, el pueblo se divertía con todo gratis, música, ron, comida etc., ya que las administraciones municipales patrocinaban esas festividades, como una forma de organizar el jolgorio popular y de contera mantener el orden en la fiesta y el control sobre la población que participaba en dichos festejos.

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Más adelante desaparece ese sentido amplio y de generosidad para con el pueblo y se asoma el ánimo mercantilista, con la aparición de los salones populares de baile, en los que se presentan bandas y orquestas y se cobraba la entrada, convirtiéndose en una actividad lucrativa que estimulaba a muchos particulares a entrar en el negocio y organizar sus propios espacios de diversión para la gente en la época de Carnaval. De esa forma, surgen las casetas de baile, que en nuestro municipio fueron muchas las que hicieron Historia y aún se recuerdan con cariño y nostalgia, pues de alguna forma cada una de ellas sirvió de rueda del cumbión donde empezaron o acabaron “los amores de Petrona con Lucho Francisco Ramos”, como dice el disco del gran Rufo Garrido.

Caseta el Trupillito


Imaginemos que destapamos la “fría” nostalgia y escuchamos el sonido característico de su burbujear y el consecuente desborde de la humeante bebida, para degustar el primer sorbo de recuerdos con la Caseta el Trupillito, ubicada entonces en un lote sobre la calle 18 entre las carreras 24 y 25, diagonal a donde hoy opera Bancolombia (construido en el lote donde funcionó por muchos años la Gallera la Reforma). El Trupillito fue una de las primeras casetas de baile que se organizaron en el municipio y rápidamente se colocó a la cabeza con la mayor popularidad. Por ejemplo, cuando presentaban como atracción principal a Aníbal “Sensación” Velásquez, no cabía un alma. Aníbal, el fenómeno de la década del 60, contaba con éxitos discográficos como la Brujita, el Turco perro, Guaracha en España, etc. Otra agrupación de gran impacto que se presentaba fue la de Morgan Blanco y su conjunto.