Si a nivel nacional la pandemia del COVID-19 desnudó la precariedad de nuestro sistema educativo en lo atinente a la pobreza en inversión e infraestructura, el tiempo también, implacablemente, está encargándose de develar o derrumbar como castillos de naipes la farsa y los mitos construidos en torno a un manejo “ejemplar” de lo educativo que, más desde lo mediático que desde lo real, terminó a base de repetir muchas veces una misma mentira vendiendo la idea que éramos un ejemplo o paradigma a imitar nacionalmente.
Las recientes protestas lideradas por estudiantes y padres de familia en instituciones del Distrito de Barranquilla como las IED CARLOS MEISEL y MEIRA DEL MAR reclamando sillas, aulas, comedores, bibliotecas o laboratorios o simplemente demandando atención hacia infraestructuras que se caen por partes, pese a no tener más de una década de haber sido construidas, demuestra que nada de lo que en su momento se pintó como de color rosa tiene en realidad esa tonalidad de fantasía.
Luego de casi dos años de pandemia y de cierre de las puertas de las instituciones y cuando estudiantes, padres y docentes esperaban expectantes retornar a colegios que han perfectamente podido y debido intervenirse y mejorarse el panorama ha resultado desoladoramente opuesto y las comunidades educativas han encontrado instituciones en condiciones de ruina, lo que bien podría tener, por lo menos, más de dos posibles explicaciones.
O los materiales utilizados en la construcción de los colegios del Distrito no reunían las condiciones y características de calidad, en lo que habría responsabilidad del contratista, del contratante y de sus interventores o, la falta de previsión, presupuesto y de un plan de mantenimiento preventivo dieron al traste con lo poco que se pudo haber avanzado en las instituciones a las que por simpatías o afinidades sí se les invirtió en detrimento de muchísimas otras que no aparecen en los medios y a las que en una especie de castigo, por falta de sumisión de sus rectores, se les niega todo.
Como si se tratase de un desfijador de maquillaje, la fuerte lluvia que cayó sobre la ciudad mostró descarnadamente ya no solo comedores escolares que no funcionan como el del MEISEL, sino también nuevas realidades oprobiosas como la de las condiciones infrahumanas en que reciben sus alimentos en condiciones de indignidad los estudiantes del MEIRA DEL MAR o de la IED BRISAS DEL RIÓ. Ello para no hacer mención de la lluvia filtrándose desde el techo también a las aulas y pasillos de la IED INOCENCIO CHINCÁ, la IED SIMÓN BOLÍVAR y quien sabe cuántos colegios más (ver video).
Desde luego que ese escenario catastrófico reabre necesariamente y de nuevo la discusión en torno al papel que desempeñan entes de control a los que la ciudadanía percibe con sospechas. También coloca todos los reflectores sobre un Concejo genuflexo que tampoco ejerce control político sobre los recursos y las obras que se ejecutan en la sociedad.
Ad portas de la discusión sobre presupuesto debería estarse pensando y discutiendo, públicamente, por ejemplo sobre la necesidad de mirar hacia donde lo construido se derrumba y hacia donde el estado aún no llega ni siquiera a colocar, demagógicamente, una primera piedra en miras a desde una declaratoria de emergencia aprovisionar recursos no solo para parques y obras suntuosas sino también, y prioritariamente, para educación.
Creemos que lo que acontece con las escuelas y colegios públicos de Barranquilla demanda una intervención de expertos hasta en el análisis de los diseños. Como quiera, además, que también el tema costos no debe estar exento del escrutinio público, máxime cuando hay recursos del orden público comprometidos, el propio Ministerio de Educación debería ejercer una especie de interventoría o ejercer las potestades que le otorgan los artículos 29 y 30 de la Ley 715 de 2001 en cuanto a implementar un sistema de evaluación y control de la educación.
Lo único verdaderamente cierto es que la negación o la implementación de la “política del gato” para nada ayuda en el camino de rectificar y reemprender el camino que coloque a la educación como prioridad de la sociedad mucho antes de exigir resultados a quienes trabajan con las uñas.