Por: Gregorio Torregroza Palacio
“Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar, con el tumbao que tienen los guapos al caminar…” En esta ocasión sin lentes oscuros, ni las manos en el bolsillo de su gabán, las más recientes salidas del presidente Duque, y especial el referido respaldo al general Zapateiro comandante del ejército, reflejan la conducta de un peligroso rufián, muy al estilo del matón de esquina que hace lo que le plazca, no porque su primo sea policía, sino porque su mejor amigo es el Fiscal.
Sí, ya sé, que esta autoridad no es la facultada para juzgar a un presidente en ejercicio, pero de seguro hace parte del equipo que lo aúpa en compañía de la procuraduría, defensoría del pueblo y las demás ías.
Sin embargo, cuesta trabajo entender cómo entre ese frondoso equipo de asesores ninguno fue capaz de advertirle al mandatario el desatino o torpeza en la que incurría al haberle autorizado, al mentado general, en compañía de sus áulicos la redacción y publicación de esos trinos; no se crea que el comandante actuó por iniciativa propia. Un general tropero del tipo “ajúa” como este, no es capaz de cultivar en materia de redacción un lenguaje cáustico y mordaz de cierta altura, pues sabe darles mejor uso a las botas que a un certero pensar. Y de no ser así, es decir que actúo por cuenta propia, doble es el error. El primero, no haberlo llamado a calificar servicio de manera inmediata, como lo hizo en su época Belisario Betancur con el general Fernando Landazábal, después de una reprimenda pública por haberse inmiscuido en política. El segundo haberlo defendido en público. Con o sin autorización la salida del general es tan chabacana y ramplona que concitó el rechazo de muchos contradictores del candidato Petro, ello por atentar de manera directa contra la prohibición expresa de la constitución a las fuerzas armadas: no ser deliberantes. (art.219 de la C.N.).
Pero lo más sorprendente y triste es el profundo “importaculismo”, que se traduce en el silencio sepulcral con tintes de desprecio visceral del matón de nuevo cuño, al ignorar el rechazo que generó su actuación, que como en pocos casos, en este ha sido generalizado, inclusive dentro de los más grandes contradictores entre sí, ya marcados por una polarización ancestral. Ese tremendo rechazo impone para cualquier gobernante medianamente democrático como se precia serlo el individuo de marras, la obligación moral de pronunciarse rectificando su postura. Pero eso no va ocurrir, pues la ceguera es inmensa y el desespero cunde; lo que no le permite, en ese estado de ofuscación, discernir entre pros y contras, por lo que prefiere, al mejor estilo de un rottweiler, y la cara que lo acompaña, lanzar ladridos amenazantes y como la raza canina de tipo molosoide estimular sus genes alemanes en la versión cuestionable: el fascismo.
Nada más peligroso para una sociedad con vocación civilista como la nuestra, que las bayonetas, con el visto bueno de quienes han sido elegidos para no permitirlo, sustituyan la Constitución. De allí que resulte oportuno preguntarse si el general Zapateiro o el generalato en pleno reconocen al subpresidente Duque como su comandante en jefe, ya que dentro de la baraja de posibilidades también pudo haber ocurrido que el general Zapateiro actuando de manera insubordinada publicó lo que le dio la gana y para apaciguar el ruido de sable se estimó como la mejor salida brindarle el apoyo muy a pesar de los pesares.
De todas maneras, la responsabilidad de Duque es incuestionable independiente de qué lado caiga la moneda. Por una parte, deja a una sociedad preocupada y cabizbaja ad portas de un trascendente debate electoral; y por la otra, a unas fuerzas armadas empoderadas, con licencia no solo para empuñar el fusil, sino también para direccionar en contra de quien debe votarse. No olvidemos la máxima de Charles Maurice de Talleyrand: “Con las bayonetas se puede hacer cualquier cosa menos sentarse sobre ellas”. Ello sin importar que no lleve gafas oscuras o las manos, ya sucias, dentro del gabán.