Por: Gaspar H. Caamaño
Hablo de la mía,
de mi almohada,
el objeto al que más afecto le tengo en estos tiempo de peste.
Y yo tengo afecto a los objetos:
A los relojes,
A los libros,
A las camisas,
A los lapices y plumeros,
A los zapatos suaves y a los calzoncillos cómodos.
Pero todos ellos, en estos tiempos, no me son tán útiles como mi almohada.
La cargo conmigo tanto en el día como en la noche.
Y dócil ella se deja guiar, en su comodidad, a mis necesidades de soñador y escribidor.
Rumío
Y
Ronco
Sobre ella.
Y ella igual,
sin cantaleta, me tolera de aquí para allá.
Descanso. Y la pongo vertical.
Duermo,
Leo y escribo. Y la pongo horizontal.
En cualquier posición es buena. Cómoda y resistente.
No se dé qué material está hecha. Pero es justa a mis necesidades.
En especial cuando sueño con amores idos, esperados, alejados, escondidos, guardados en la piel de caimán de río que me dío la vida.
Tengo, he dicho, un afecto especial a mi almohada.
Ese que me despiertan los objetos útiles y buenos.
Que dan y no quitan.
Mi almohada es mi posesión más preciada.
Tan ajustada a mis necesidades
De dormir cuando me dan ganas,
De escribir cuando me visita Minerva o Nirvana
- sigo siendo oriental, mediterráneo –
De soñar lo que me da la bendita gana, como arreglar el «orden justo»,
De pensar como oficio de ocio y creación.
Pienso
Y
Vivo,
Soy cartesiano.
Es tan, pero tan buena mi almohada que me la meto bajo el brazo. Y ella sin chistear, cómplice, se va conmigo a soñar en soledades y en los sosiegos de mi ventana.
Tanto conozco a mi almohada que sólo la ajusto y ya estoy dormido sobre ella, como un niño. Zzzzzzzz!
#DIARIOLALIBERTAD