Cepeda parece que tuviera licencia para enmarañarse con los narcos más peligrosos de Farc, sin consecuencias de ninguna naturaleza.
Por: Jaime Arizabaleta
Enseña la sabiduría popular que cuando algo camina como un pato, grazna como un pato, tiene pico de pato, nada y vuela como un pato y tiene plumas de pato, es un pato. Iván Cepeda Castro, que ahora es conocido como Don Iván, ha hecho méritos para consolidarse como un gran amigo de Farc. Su simpatía por esa organización es fehaciente. Durante los diálogos de La Habana, su presencia en la isla de los Castro fue permanente. Bueno es preguntar de qué lado de la mesa estuvo sentado.
Las imágenes del Cepeda sonriente, abrazándose con los “negociadores” de Farc, son evidencia suficiente para responder el interrogante planteado. Como senador, hizo hasta lo imposible por satisfacer la agenda en el Congreso del grupo al que el Gobierno de Estados Unidos continúa calificando como “organización terrorista internacional”. En esa agenda legislativa que beneficiaba a Farc, no dejó de generar suspicacia su constante comunicación y cercanía con Iván Márquez; llamadas iban, llamadas venían. No hace falta contar en qué terminó la historia con Márquez. Lo que sí hace falta es saber si esas llamadas aún persisten… Cepeda, que ha utilizado la circunstancia de “víctima” para forjar su carrera pública, abusó de su condición de pretendido defensor de los derechos humanos y de parlamentario para elevar un entramado de falacias con el propósito de llevar a la cárcel al expresidente Álvaro Uribe.
Hace unos días se supo que Cepeda, posando una vez más de víctima, formuló una acción de tutela contra el exmandatario y sus hijos, Tomás y Jerónimo. Su argumento, un estado de “indefensión” frente a la calificación que ellos le otorgaron de ser “senador de Farc”.
La jueza que declaró la improcedencia de la tutela señaló que el senador contaba con otros mecanismos para tutelar esos derechos y desvirtuó por completo que se tratara de un estado de indefensión. Explicó que en su condición de senador de la República, Cepeda cuenta con millones de seguidores y amplifica sus mensajes –la gran mayoría ataques al uribismo– por diferentes medios de comunicación.
Pero más allá de esto, ¿cómo alguien, ante tanta evidencia de su cercanía con Farc, se molesta porque lo asocien con ellos?¿Qué sucedería si, por ejemplo, un parlamentario cualquiera hubiese acudido al aeropuerto a recibir al recientemente deportado jefe paramilitar Jorge 40? El escándalo habría sido mayúsculo y de inmediato, y el congresista, con toda la razón, estaría en serios aprietos. Cepeda, en cambio, parece que tuviera licencia para enmarañarse con los narcos más peligrosos de Farc, sin consecuencias de ninguna naturaleza. Cualquiera pensaría que asociarlo a Farc no sería problema para él, pues son innegables sus similitudes ideológicas. Creería uno que si le estorbara tanto esa comparación, entonces debería rechazar que una de las columnas móviles más sangrientas de esa guerrilla lleve el nombre de su padre, el frente Manuel Cepeda Vargas.
Hoy por hoy, Cepeda, desde su curul del Senado, es el principal defensor del extraditable Jesús Santrich. A pesar de las pruebas en contra de ese delincuente, de su condición de fugitivo, de las imágenes y mensajes con los que amenaza al pueblo colombiano. Aun así, el parlamentario sigue insistiendo en que él –Santrich– fue víctima de un montaje.
Hay quienes creen que Iván Cepeda es un tipo valiente, que lleva 26 años exigiendo justicia frente al asesinato de su padre. Yo, en cambio, creo que estamos frente a un hombre timorato que no tiene el carácter suficiente para aceptar que sí, que él efectivamente comparte afinidad con las ideas de Farc.
Como era natural, la tutela de Cepedacontra los Uribe no prosperó. Cualquier persona con un mínimo de ponderación y serenidad concluye que no son temerarias las calificaciones que contra el quejoso han expresado el expresidente y sus hijos. En vez de lloriquear y de congestionar a la administración de Justicia con tutelas tontarronas, Cepeda debería tener un gesto de honestidad con sus seguidores y con el país. Los tiempos de las acciones políticas clandestinas que tanto seducen a los comunistas son cosa del pasado. Santos ya perdonó a las Farc y las “legalizó”.
Cepeda no tiene por qué temer. Él, más que ser un político convencional, se ha forjado como un político inquisidor, que vive pensando que todo el mundo le debe rendir cuentas, pero ha omitido explicar mucho de su actuar. El país no puede olvidar su aparición en el computador de Raúl Reyes, en el que más que un activista, para el secretariado de las Farc es retratado como su “camarada”.
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