Por Orlando Andrade Gallardo
En Colombia, especialmente en las costas Caribe y Pacífico, no existe una comunidad por muy pequeña, que no cuente con su santo patrón, los nombres varían según criterios de quienes llegan primero al territorio. Esa fecha es de veneración religiosa, festejos de tocada clase y fiestas paganas donde caben ricos y pobres, letrados e iletrados, mujeres y hombres, el objetivo es el goce y la rumba, en ocasiones desenfrenadas. En otras comunidades los festejos transcurren en absoluta tranquilidad, donde reina el respeto por su santo patrón. En el emblemático municipio de Chivolo, las fiestas patronales de Santa Catalina se prenden el 25 de noviembre de cada año y el entusiasmo es total.
Es la población de los Andrade, Barros, Paternostro, Lozano, Orozco, Armela, Jaraba, para citar algunas de las familias protagonistas del desarrollo social y económico del bello y próspero municipio. Igualmente destacamos el reto que asumieron las nuevas generaciones para mantener y conservar las hermosas costumbres y pujanza heredadas de sus padres. Ejemplo, el joven abogado y alcalde Tirzon Armela, nieto de la difunta empresaria ganadera y líder social Toña Zambrano. Es tanto el arraigo a su patrona que cientos de chivoleros residenciados en diferentes lugares del país reunidos en colonias festejan con alegría, recordando con nostalgia su natal terruño. En Chivolo, las fiestas de Santa Catalina se inician dos días antes del 25 con alboradas, misas y procesiones en las calles y finalizan dos días después, en medio del silencio y la cotidianidad. El jolgorio en reuniones familiares, con paisanos y visitantes armoniza el buen ambiente fiestero, la participación activa de la comunidad es total y sin discriminación. El pueblo es autosuficiente desde sus orígenes y no existe pobreza absoluta, como en otras regiones, debido a la laboriosidad y empuje de los nativos para desarrollar cualquier actividad productiva. La junta directiva encargada de organizar las fiestas es conformada con anticipación y por todos los estratos, una de sus misiones es solicitar colaboración a los hacendados para que aporten recursos. Algunos apoyan con dineros, otros con toros para la corraleja, los galleros disfrutan de sus peleas al igual que el público asistente. La carrera de caballos por las principales calles es otra diversión propia de las fiestas, los juegos de dominó, cucuruba y billar con los mejores del pueblo, es una buena competencia. En el día, las cumbiambas y gaitas deleitan al público con bailes autóctonos de la región que hacen explotar de emoción al público. La gastronomía chivolera es auténtica por el gusto que imprimen las doñas al cocinar cualquier clase de alimento. En la noche, bailes, casetas, amenizados con conjuntos de acordeón, orquestas, papayeras y fandango que crean un ambiente de goce y festejo que enciende al pueblo de alegría, donde todos caben sin prejuicio. El 25, día de la procesión, la comunidad religiosa en forma solemne y disciplinada retira de la iglesia la imagen de Santa Catalina y en hombros la cargan acompañada de papayeras, y realizan la caminata por las calles del pueblo.
Todas estas prácticas mágico religiosas, tienen valores culturales que los pueblos conservan como parte de su patrimonio histórico; sin embargo, algunos rituales fueron modificados pero sin perder su esencia. Sobre las fiestas patronales del Caribe existen nichos sin descubrir por falta de apoyo del gobierno y privados, el interés de investigadores, sociólogos, etnólogos y antropólogos culturales en mantener viva las costumbres ancestrales han permitido la publicación de libros, revistas y folletos. La fiestas patronales bien concebidas son un oxígeno que se manifiesta en las buenas relaciones comunales y refuerza la convivencia de los pueblos, creando alianzas grupales propios de la sociedad moderna.
Es evidente que se requiere profundizar más sobre las connotaciones sociales que generan las fiestas patronales de las diferentes localidades de la región, su rica cultura exige un mayor estudio para analizar orígenes y proyecciones. No es fácil avanzar en los estudios de los pueblos sin conocer sus patrones culturales ancestrales. Una fracción de la historia de Chivolo apunta que en los años de 1870, procedente de El Guamo, Bolívar, llegó al territorio Francisco Abelardo Andrade Anaya (1842-1912), acompañado de tres hermanos y varios hijos, sus hermanos Cardenio, Genito y Otilia continuaron viaje a Fundación. La historia registra que los migrantes llegaron en busca de bálsamo, producto cotizado en los mercados internacionales y al notar el patriarca la fertilidad de las tierras, adquirió un gran lote y construyó un imperio ganadero. Fue también prolífero con más de tres docenas de hijos y Miguel Andrade Valverde (1905-1996), fue el ‘Benjamín’. Es importante anotar que en la zona habían otras familias.
#DIARIOLALIBERTAD