Recordándola a ella…
Por Walter Pimienta
Tenía en los cajones de su taller de costura, ocultos por ahí, varios ovillos de lana de colores distintos. Y allí descubrí también su plan secreto o, mejor, la promesa de un regalo. Apenas la había empezado. Algún día le había pedido una y me dijo: “Te la voy a hacer para que la luzcas en Navidad”. No le hablé de mi descubrimiento. Lo iniciado por ella tenía tonos verdes, rojos y blancos. Sería, sin apuros, mi futura prenda en cuestión de días. Un testimonio más de su amor por verme con las mejores galas en aquel diciembre.
Una tarde en que ella amorosa guardaba la ropa en su escaparate, y luego colgaba mis pantalones en el armario, mirándola callado, tuve ganas de contarle lo que había descubierto, pero preferí soñar con mi regalo ya terminado.
Había sacado el modelo de una revista.
Un mes después, de regreso de uno de mis viajes, ella me esperaba en la estación terminal. Desde el bus, sin que advirtiera mi presencia, con la cabeza inclinada y su negro pelo suelto, vi que tejía. De pronto, según el horario, cayó en la cuenta de que en ese auto yo llegaba. Y por el ventanal semi oscuro, observé que, apurada, se guardó lo que laboraba.
Bajé, nos abrazamos y besamos; me ayudó con la maleta y me limité solamente a hablarle sobre el viaje.
Cuando la terminará- pensé.
Ella era costurera de corazón. Sus manos hacían cosas maravillosas. Ya sacaría tiempo y la terminaría. No obstante, como para que le sirviera de recuerdo, le dije:
-Mañana ya es diciembre.
-Y tengo bastante costura- respondió.
-Tus clientas valoran lo que haces. Eres inteligente. Saldrás adelante y a todas les cumplirás – la animé- te sientas a la máquina, das rienda suelta a tu creatividad y ellas, encantadas, sabrán que valió la espera.
-Son blusas, vestidos y pantalones. Mañana empiezo.
Alguna vez, haciéndome el dormido en mi cama, me di cuenta que, luego de sus costuras, por la noche, antes de acostarse, sentada en una mecedora, le dedicaba unos minutos a mi regalo. Ya lo que hacía llevaba forma.
Lo mío, en mi ausencia, lo trabajaba poco a poco. La sacaban del oficio los quehaceres de la casa. O la toma inesperada de un dobladillo. La postura de un bolsillo.
Su mundo era de tela de todos los colores. De hilos. De tijeras. Le gustaba vestir al mundo desnudo. El mío, un mundo de libros por leer que es a lo que se dedica un viejo maestro pensionado. Ah…y a escribir sobre vainas que la gente ya ni lee…Ella también elogiaba mi trabajo.
No perdía interés en ninguna tarea. Se le veía entusiasmada. Diciembre hace estos milagros…Todas las noches, cuando le llegaba una hora de reposo, que no lo era, no elegía otra actividad que no fuera la relacionada con mi regalo. Yo lo sabía.
Le dije adrede.
-Algo estreno en diciembre- y se hizo la desprevenida- y agregué en tono de pregunta: ¿No necesitas un ayudante?
Yo nunca he pegado ni un botón. A veces sólo opinaba sobre qué colores le combinaban mejor a una prenda.
Me emocionaba se mostrara tan contenta. Sin hijos, y con tres perras y un gato por compañía, íntimamente compartíamos el mismo pasatiempo. Sus costuras, su máquina de coser, las historias trágicas de la doctora Polo en la tv, el encanto de su pequeño jardín.
Ya nuestras vidas no guardaban secretos del pasado.
Nos absorbía una paz de pueblo.
Los recuerdos dormían con nosotros.
-Estoy sospechando que lo que me vas a regalar es una chaqueta de lunares- le dije como escondido interés en lo que me había prometido.
Se sonrió y respondió con esta pregunta:
-¿Sí será que sirves de payaso?
-Tengo mi encanto- apunté.
…Y me abrazó como le era habitual.
Cuando hablaba con ella, me abatía en la duda de la mejoría de su salud. Su cáncer estaba allí… Me le mostraba optimista pero…Y me aliviaba en la alabanza a su tinto delicioso y en lo maravilloso de su manualidad antigua.
No terminó mi bufanda. Rubiela, un mes después, murió.
#DIARIOLALIBERTAD
 
			 
		










