Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza
A pesar de todo lo que se diga y pasa en el mundo muchas veces sórdido de la política y de las administraciones pública y de justicia, debemos insistir en recuperar la confianza en ellas como los soportes esenciales y fundamentales de las democracias. De ahí que lo que deba imponerse sea exigir respeto como ciudadanos por los deleznables comportamientos de muchos de dichos miembros de las ramas todas del poder público, lo que no nos da en modo alguno para generalizar y decir que tales estamentos deban medirse con el mismo rasero.
Lo que sí nos da todo ese conjunto de irregularidades vergonzosas y vergonzantes, son argumentos de sobra para decir que los iguales y peores son los corruptos estén donde estén y vemos día a día sacándose los trapos al sol y arrojándose sus horrendas como horrorosas suciedades, lo que va en detrimento de la credibilidad en la democracia por parte de la ciudadanía, así como respecto de la política, los políticos, las altas cortes y demás estructuras donde la corrupción anida; pero peor que lo cual, verlos como posan de impolutos, a sabiendas ellos de sus inmorales como mortales faltas y desventuras.
No hemos entendido ni comprendido, o al menos eso parece, que en las democracias estables no existen partidos buenos ni malos, sino opciones distintas. Insisto, los únicos malos y peores son los corruptos. No se producen en las democracias estables desajustes mayores porque gobierne una u otra bandería, salvo que a los ciudadanos les diera erróneamente por votar masiva y mayoritariamente por facciones partidarias populistas de extremas, que no son más que nichos indeseables de calamidades. Interesa en el recto camino, utilizar los mecanismos democráticos para hacerse con el poder. Es entender qué para gobernar, el hombre debe aprender a gobernarse a sí mismo y sólo quienes tienen autoridad moral pueden hacerlo. No queremos por ello más simulaciones, tampoco excesos del gasto gubernamental, déficit fiscal, creciente endeudamiento, ni la escandalosa y tóxica corrupción generalizada que corroe, abruma y nos llena de desventuras como tal estamos.
Parecemos ir en contrasentido del desarrollo, y dando el mismo valor al bien que al mal. Tenemos unos gobiernos que deben apurar mejores resultados, donde no haya tráfico de influencias ni se promuevan favorecimientos. Debemos estar en la ruta de los gobiernos correctos, donde el vaticinio no sea el caos. Sanas deben ser nuestras administraciones departamentales y municipales, haber orden y dirección a favor de todos, que no de unos pocos. Entender que la rectitud es una conducta correcta, qué el mejor gobernante es el que aprecia la gente por ser quien les procura bienestar y se empeña en fomentarlo para todos, ya que cuando esto no se da, la ciudadanía en consecuencia, la población, tiende a emanciparse, especialmente quienes coinciden con aquello de dignificar día a día a nuestra región y se afanan por continuar la lucha por la transformación sin dejarse encantar por sórdidos cantos de sirenas.
Hay que amar a nuestros departamentos, respetarnos y exigir respeto, actuar con sentido de pertenencia, vocación y voluntad de servicio para con nuestra gente, pacificar, nunca polarizar, buscar la unidad, combatir la corrupción y las dádivas afrentosas, moralizar, ser legítimos, pensarnos, repensarnos, construirnos, reconstruirnos, redimirnos; concebir que todo se acaba y que lo realmente no se olvida es servir a los demás, puede olvidarlo quien bien procede, pero nunca quien recibe. La lucha es y será siempre, es mi propuesta, por una Región Caribe y sus gentes, digna, firme, templada, enérgica, amable, ambientalmente sostenible, productiva, competitiva, ética, moral, que nos haga sentir orgulloso de ser oriundos de su entraña.
rubenceballos56@gmail.com *Jurista
JR
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