Por: Richard Martínez
Hoy, identificamos a múltiples gobernantes a lo largo y ancho del globo terráqueo que están promoviendo la reactivación de la economía sin incluir la recuperación de la vida social. Muchos están trazando una frontera entre el aparato productivo, y la dimensión social, ocasionando un divorcio en una pareja longeva cuya codependencia es absoluta. Pero, como toda separación genera consecuencias, y ésta no es la excepción, surge un interrogante: ¿cuáles son los efectos que produce esta polarización sobre la economía y la salud?
En la esfera económica, es preciso manifestar que las dinámicas sociales potencian el consumo. En Colombia, a principios del mes de junio se tomó la decisión de reabrir las peluquerías, estéticas, y el comercio no esencial, entre otros establecimientos; no obstante, la apertura no es más que un hecho casi que simbólico para éstos, puesto que, el componente social es el combustible que realmente pone en marcha estos sistemas productivos. Con vida social nos acicalamos más en las peluquerías, visitamos más las estéticas, y adquirimos más productos del comercio especializado (prendas de vestir, accesorios corporales, vehículos automotores, y productos de belleza, por sólo mencionar algunos). Por el contrario, sin vida social, los indicadores financieros de algunas personas naturales y jurídicas que ya estaban operando desde antes de junio seguirán registrando cifras menos favorables a las que tenían antes de la aparición del Covid (se destaca a la industria manufacturera, la cual se encuentra estrechamente vinculada a los patrones de consumo), y se continuará poniendo en tela de juicio la apertura funcional de los sectores económicos que aún no cuentan con la autorización para hacerlo y que se constituyen casi que en la mismísima representación productiva del universo social (restaurantes con atención al público en los establecimientos, bares, gimnasios, cines, teatros, clubes, eventos, parques temáticos, hoteles, espacios turísticos, discotecas, y billares, entre otros). Ciertamente, el ámbito social no es el lujo que con frecuencia los dirigentes nos exponen, va mucho más allá, y si éste no se reactiva de manera gradual, monitoreada, biosegura y sostenible, como se está haciendo con el resto de la economía, se continuarán perdiendo millones de empleos y reduciendo los ingresos de distintos actores económicos, lo que en últimas se traducirá en la disminución de los niveles de consumo, inversión, y gasto público (por lo menos el que es soportado por los ingresos tributarios, ya que éstos se reducirán), realidad que sitúa en alerta roja al PIB de cualquier ente territorial.
Al trascender a la órbita de la salud y ubicar una lupa sobre los hogares colombianos, identificamos a seres sociales por naturaleza con deseos de salir a interactuar con otros ciudadanos, frustrados por no tener la posibilidad de hacerlo; habitantes en duelo; familias relacionadas económicamente de manera directa o indirecta con la vida social, sin empleos o reducidos ingresos, elevados gastos, deudas crecientes, y frecuentes visitas de acreedores; episodios de violencia intrafamiliar que en ocasiones concluyen en divorcios, homicidios y/o feminicidios; y crisis con pensamientos y/o acciones suicidas, entre otro tipo de hallazgos. Esta realidad permite evidenciar que el Covid y sus efectos adversos están minando la salud mental de la población colombiana, situación que puede producir un debilitamiento en el sistema inmunológico de las personas, y en consecuencia, que éstas sean más propensas a contraer este virus o cualquier otra enfermedad. Por este motivo, es vital que el proceso de recuperación de la vida social sea concordante con el de la economía, no distante, ya que justamente los espacios de interacción social biosegura son necesarios para aliviar los elevados niveles de estrés y demás emociones, pensamientos, estados, y sentimientos, que están arremetiendo contra el bienestar mental de la ciudadanía. Nada hacemos con condenar al plano social a un aislamiento indefinido con miras a evitar contagios, si en últimas la carencia de éste, puede causar que se aminoren las defensas naturales de centenares de individuos, y por ende, que éstos se conviertan en blancos fáciles para el Covid y otras patologías.
Sin lugar a dudas, los gobiernos a nivel mundial deben superar ese discurso separatista que se ha escuchado con frecuencia en esta pandemia. El aparato productivo y la vida social presentan una relación histórica de entrelazamiento y mutualismo, que por más argumentos divisorios que se expongan con el fin de justificar la protección de las vidas humanas, el resultado de un distanciamiento entre éstos siempre va a ser el mismo: una debacle en materia de economía y salud. Si la dinámica social se sigue constituyendo en la cenicienta de este contexto pandémico, se estaría superando el debate global entre economía y salud, pero no porque se esté priorizando a uno de éstos, sino porque se están situando en jaque a estos dos elementos de manera simultánea. Tan difícil que es matar a dos pájaros con un sólo tiro, y muchos dirigentes lo están haciendo con el impreciso análisis que avala su accionar. El reto actual, tal y como se planteó en la columna anterior, es incorporar al universo social a los procesos de reactivación económica, de una forma biosegura, y sin sobreexponer la salud pública. Para lograr esto, es clave que todos los actores (sector público, ONGs, ESALs, sector privado, academia, medios de comunicación, y ciudadanía en general, entre otros), desde su posición, aporten su granito de arena, en aras de que se pueda recuperar, tanto la vida productiva, como la social, sin que se presenten anomalías en los niveles de contagio. En el argot coloquial encontramos que “el remedio no puede ser peor que la enfermedad”, y si continuamos segregando a “lo social”, esa “vacuna” puede resultar incluso más letal para la humanidad que el mismísimo Covid con su túnica y su guadaña.
 
			 
		










