Patricio García MD
Los educadores, administradores y formuladores de las políticas públicas deben concebir y concertar las estrategias que permitan minimizar las interferencias de los cierres de las escuelas en el desarrollo académico. Las escuelas ofrecen muchos otros servicios esenciales a los estudiantes, además de la educación. Por ejemplo, las escuelas son un apoyo importante para la consolidación de los hábitos nutricionales y la complementación de las dietas precarias que reciben los estudiantes de escasos recursos en el seno de la familia. Continuar garantizando la seguridad alimentaria de los estudiantes ha sido un objetivo declarado en los planes de cierre de las escuelas; corresponde a las organizaciones comunitarias evaluar el grado de cumplimiento.
Otros servicios que son igualmente esenciales para la salud de los niños y adolescentes, deben abordarse. Un papel potencialmente ignorado que cumplen las escuelas es la observación, evaluación del estado de salud de los estudiantes y la prestación o gestión de atención médica, especialmente en lo referente a los servicios de salud mental. Las escuelas han funcionado durante mucho tiempo como un sistema de salud mental de hecho para muchos niños y adolescentes. Los educadores, ya sea por formación curricular o la experiencia acumulada, son muy sensibles para identificar a los estudiantes que se desvían de la norma y tienen problemas cognitivos, afectivos y conductuales. Este colectivo constituye un recurso humano valioso, frecuentemente subutilizado en los países pobres, en los que no existen aún Programas de Salud Mental Infanto-juvenil Basados en la escuela.
Las implicaciones que tendrá el cierre de las escalas en nuestro país, pueden inferirse de la experiencia y los estimativos de los EEUU. Los datos de la Encuesta Nacional de Uso de Drogas y Salud Mental (NSDUH) en este país, que son representativos a nivel nacional, incluyen información sobre servicios de salud mental para niños de 12 a 17 años e ilustran las implicaciones del cierre de escuelas en el acceso a los servicios de salud mental.
Un análisis de la NSDUH de 2014 encontró que el 13.2% de los adolescentes recibió algún tipo de servicios de salud mental de su entorno escolar en los últimos 12 meses, lo que corresponde a 3 millones de adolescentes. Esta muestra incluye una mezcla de adolescentes que asisten a una escuela regular y reciben servicios de un médico de salud mental en esta, y adolescentes que asisten a una escuela especial, o a un programa especial en una escuela regular por problemas de conducta o emocionales. Un análisis de la NSDUH de 2012 a 2015 encontró que entre todos los adolescentes que usaron algún servicio de salud mental en el año, el 57% lo recibió en la escuela.
Además, entre los adolescentes que recibieron algún servicio de salud mental durante 2012 a 2015, el 35% recibió sus servicios de salud mental exclusivamente del entorno escolar.
El cierre de las escuelas será especialmente perjudicial para los servicios de salud mental de ese grupo etario, más aun en países como Colombia que no han incorporado los servicios de salud mental en las escuelas.
Es importante comprender también que el cierre de las escuelas será relativamente más perjudicial para la atención a la salud mental de algunos jóvenes más vulnerables. Los adolescentes de grupos minoritarios o en condiciones de pobreza, pertenecientes a familias con más bajos ingresos y/o con seguro público de salud como el SISBEN, tendrían una mayor probabilidad de recibir servicios de salud mental exclusivamente de su entorno escolar. Estos estudiantes pueden carecer de los recursos familiares y las relaciones existentes con los médicos para obtener rápidamente acceso a servicios a través de su aseguramiento en salud.
Los formuladores de políticas públicas deben considerar las respuestas para abordar las interrupciones a corto plazo de los servicios de salud mental infanto-juveniles provocadas por el COVID-19. En los países en que no existen aún estos servicios en las escuelas, conviene identificar la oportunidad de crearlos para contribuir así al bienestar emocional, el rendimiento académico y la permanencia de los jóvenes en el sistema educativo.
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