La muerte previa

 
Mi amiga Sucely, me invitó intencionalmente a degustar un jugo de limón en la esquina de la cuadra, antes de viajar ella a Bogotá. La volví a ver hermosa como siempre, cachicolorada por el frío, más joven, como si los años le resbalaran por su vida. “Es que por donde voy, Peco, voy regando de años los caminos. Aprende.” Y sonrió fácil, con toda su boca. “Apuesto que ya leíste “La muerte previa” de Aurelio Pizarro.” Sí, ya la leí, y tú, pregunté. “Claro, la leí en tres noches seguidas. Es increíble, sus personajes siempre están en límite como en una larga noche de terror. Me gustó, me fascinó, me regresó a una historia increíble de mi niñez, el regreso a un mito del pasado, a la señora que se encerró en su casa por amor.»
Se llevó por vez primera el vaso a los labios. Besó el jugo y volvió a la carga. “Aurelio, tiene su estilo grandilocuente, se parece a su lenguaje literario, muy bueno, porque te lleva a la profundidad del pensamiento y no al seco vacío. Eso, continuó, de tener miedo a persistir con los ojos abiertos ante la barbarie para admitir la cordura, es duro. ¿Es eso tolerancia? Peco, eso te jode el coco.
El lugar estaba vacío a esas horas, seis de la tarde. Es muy bueno, le dije. “¿Quién?” Preguntó. El libro. “El escritor y el libro,” corrigió. De acuerdo, ambos. Nos quedamos en silencio bajo la luz de neón de las lámparas del local. Ella pidió agua. “Santo Tomás, dijo en voz alta para que la oyeran, se merece a todos sus escritores, a sus poetas, a sus músicos y pintores. Esta camada de ellos es un fenómeno extraño en un pueblo tan pequeño como el nuestro, pero es extraordinario.”
Se acomodó en la mesa. “¿Sabes que es lo que más me gusta de esta novela? Primero, que rescata una historia humana perdida en la memoria de los abuelos. Y la manera como la cuenta, la forma como la introduce en un contexto citadino y universal. Segundo, esta novela se puede leer en el Japón, en España o en Francia o en otra parte, y es creíble. Es una hazaña literaria. Y por último, el rigor del pensamiento, su mezcla con la historia, que tiene su carga filosófica profunda. Si la sopesáramos, encontraríamos un equilibro entre la literatura y la vida. La ficción, por ser ficción, no deja de embriagarnos de realidad.
Eran las 8 de la noche, quizás más, el lugar ya estaba lleno y con banderas. No tengas pena, le dije. Nosotros también somos clientes. Volvió el silencio con su carga de expectación. Sucy, sacó la novela de la mochila. “Peco, dijo, esto que te voy a leer enseguida, es con nosotros: “Era el inicio de nuestra ceremonia dialéctica, de ese rito conjugado de licor y verbo que nos hacía sentir por encima del mundo, invulnerables a las miserias de la vida cotidiana…” Y volvió a reírse espléndidamente con sus labios de profesora.
Qué tal esta frase le insinué y la leí: “Algo de infierno debe tener este mundo cuando el resultado final de la vida, se haga lo que se haga, se viva como se viva, es siempre la muerte.”

Cerramos la novela “La muerte previa,” nos miramos a los ojos y sentimos que algo había cambiado en nosotros, un tris, suficiente. Adiós, le dije, adiós, me dijo.
pedrocudriz@hotmail.com

 
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