Incertidumbres que impone el coronavirus

 
La situación en que nos sorprendió la pandemia aplazó indefinidamente la lucha por la contención de la pobreza que ahora puede agravarse, en la medida en que siga avanzando la propagación del virus, a la que le están buscando solución con carácter de urgencia inminente, las diferentes esferas gubernamentales en Colombia.
Sin preciarnos de pesimistas, es lo que puede presagiarse como una de las más seguras consecuencias de la pandemia, que no es otra que se incremente la pobreza y el hambre en todo el mundo, si tenemos en cuenta los hasta ahora conocidos efectos del coronavirus y el reciente informe emitido por la Organización de Naciones Unidas-ONU, que indicó que entre los 7.500 millones de humanos que habitan la tierra, 1.400 millones viven en la pobreza y más de 820 millones de personas sufren de desnutrición crónica.
Sería demasiado prematuro para saber cuánto han aumentado estas cifras, pero es apenas lógico suponer que la pandemia puede convertir en un simple sueño todas aquellas posibilidades de alcanzar la tan añorada meta fijada por la ONU, en el sentido de erradicar en forma definitiva el hambre en el año 2030.
De acuerdo con los organismos internacionales que monitorean constantemente esta situación, tales como el Banco Mundial, se han establecido que más de la mitad de la población que vive bajo la línea de pobreza se encuentra en el África, pero ni siquiera los países más ricos están exentos de este lastre.
La situación es más dramática en países como el nuestro, que todavía soportan las calamidades del subdesarrollo.
Según las cifras más recientes del Dane, 13 millones de colombianos sufren la “pobreza monetaria”, es decir, que no disponen de un ingreso suficiente para atender sus necesidades básicas, grupo que representa el equivalente al 27 por ciento de la población.
Los que se encuentran en la pobreza extrema, o sea en el estado en que no pueden satisfacer necesidades básicas vitales como alimento, agua potable, techo y sanidad, igualmente están otros 3,5 millones de personas que representan el 7,2% del total, para ellos es una utopía lavarse las manos varias veces al día, la medida más elemental recomendada para evitar el contagio del coronavirus.
Las cifras pueden decir mucho, pero no lo dicen todo, porque entre los pobres se encuentran los desempleados, habitantes de calle y por supuesto, niños y millones de ellos son gente que pueden pasar días sin comer, lo que la hace más débil y susceptible al virus. Por eso, en esa población es más alta la mortalidad, tanto de niños como de adultos mayores que viven a merced de los gobiernos o las entidades caritativas que les proporcionan alimentación y refugio.
Aún antes de aparecer el coronavirus, la erradicación de la pobreza y el hambre fue declarada como el primero de los objetivos de desarrollo del milenio establecido por las Naciones Unidas.
En Colombia fue anunciada como tarea prioritaria por varios gobiernos, pero el avance ha sido verdaderamente despaciosa y después de algún mínimo progreso se produjo un estancamiento y en esta deplorable situación nos encontró la tormenta del coronavirus, que obligó a convertir aquel objetivo en un propósito nacional.
Esa es la gran verdad de nuestro país que según los últimos sondeos del Dane registra una informalidad laboral galopante representada en más de 20 millones de personas la mayoría involucradas en el régimen subsidiado como se dijo antes.
Por eso la puesta en práctica de las actuales medidas de cuarentena obligatoria son más que justificadas, ante la necesidad de reducir la velocidad de propagación que ha caracterizado al coronavirus que lleva consigo la necesidad de paliar el colapso del sistema de salud mientras se gana tiempo para garantizar las pruebas necesarias y evitar el aumento de la tragedia.
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