La grandeza de los pueblos y de su dirigencia adquiere su exacta dimensión en momentos de crisis, como el que hoy atraviesa la humanidad con la pandemia generada por el coronavirus, causante de la enfermedad covid 19, que tuvo su origen en Wuhán, capital de Hubei, en China, y que hasta mediados de la semana en curso ha causado la muerte de más de cinco mil personas en Italia, Corea del Sur, España, Francia, Estados Unidos, Japón, Argentina y otros paises. En Colombia, por fin se le pone atención a la ocurrencia, a partir de la experiencia de aquellos paises en que no se tomaron a tiempo medidas para que no hubiera el doloroso impacto registrado, por fortuna ya atenuado en el lugar de su procedencia, como lo demuestra el gobierno de Wuhán con el levantamiento de los hospitales construidos allí a toda velocidad, para albergar a los pacientes. Convencidos de que el peligro abre paso a la solución, los chinos están dando ejemplo y lección, que en el caso se ha circunscrito a obrar a tiempo, o “wei ji”, según lo expresan, cosa que no ha sucedido en otros lugares, como Colombia, en donde no se ha obrado con presteza, y para disimularlo, el presidente Iván Duque ha dicho que desde diciembre último, poco después de descubierto el primer enfermo, su gobierno viene ocupado en enfrentar la calamidad, lo cual es dudoso y se desvanece como el humo, ante la realidad de que ni siquiera proveyó a tiempo el nombramiento de ministro de salud, a pesar de que quien desempeñaba el cargo renunció el 26 de aquel mes, y sólo fue remplazado por Fernando Ruiz Gomez el 3 de marzo, dos meses y ocho días después. Y no solo eso, sino que ante el descomunal problema, en vez de atenderlo con urgencia, el 7 de marzo prefirió viajar al extranjero por décima novena vez en los dos años de su mandato, para visitar la ONU, en Nueva York, y al presidente de México, lo que pudo ser importante, pero nunca más que la atención a la gravísima calamidad que ahora se viene enfrentando con increible improvisación y hasta vacíos en el simple control del arribo de inmigrantes por vías aérea, terrestre y acuática.
Con el retraso usual en el actuar del presidente en asuntos de urgencia, el martes pasado en la noche cuando se hilvanaba el presente artículo, la televisión nacional interrumpió su programación de rutina para transmitir su discurso, en el cual anunció que al amparo del artículo 215 de la constitución política había decretado el aislamiento obligatorio de los abuelitos o adultos mayores de 70 años, y el estado de emergencia, para hacerle frente a la grave afectación del orden económico y social, provocado con la alteración de las actividades laborales, comerciales e industriales, el cierre de las fronteras y la necesaria como obligante disposición de recursos económicos para atender los requerimientos médico-hospitalarios, y la enfermedad causada por el coronavirus, al igual que otros asuntos de importancia social, relacionados con la pandemia y extendidos a las actividades y ocupaciones en los campos formal e informal, y en empresas comerciales e industriales grandes y pequeñas, e instituciones oficiales y privadas, también alteradas por las medidas de alejamiento social necesarias que han sido dispuestas en lo regional y local, para evitar el masivo contagio durante la cuarentena en que deben permanecer los enfermos. El presidente llama a la unidad nacional ante la emergencia, y en su réplica los partidos de oposición le han respondido con franqueza que sí, pero sin sesgo ideológico alguno. Unidad verdadera, le han dicho, por el bien general del país, sin distorsión. Crisis o “wei”, que agrega el columnista, y que en chino significa peligro, y ”ji”, u oportunidad, que ha sido la asumida con retraso, y en la que nadie va a negarse a colaborar, ni siquiera si el gobierno le pone el apellido de legal, como lo hace con la paz, para llamarla unidad con legalidad.
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