Gente que ayuda a volar

Vengan a mí todos los que están cansados que yo los aliviaré… Así habla Jesús en el Evangelio. El maestro de Galilea llama a la gente para liberarla de sus cargas, para aliviarla de sus angustias y ofrecerles la posibilidad de una vida más leve, más tranquila y feliz. La vida de fe que él propone no constituye un peso insoportable; seguirlo a él es liberarse de todas las cargas y asumir sólo el inevitable yugo de su cruz. Sus discípulos lo dejaron todo y se fueron tras de él que no tenía ni siquiera un lugar donde reclinar la cabeza.

Todos nacemos desnudos y livianos; a medida que el tiempo pasa la vida se va encargando de colocar sobre nosotros pequeñas cargas que con el tiempo se vuelven fardos pesados muy difíciles de llevar. Una vida sobrecargada no tiene sentido, no produce gozo, no da entusiasmo, no genera esperanza, no da felicidad. Vivir no puede ser sinónimo de permanecer todo el tiempo con la espalda doblada por causa del fardo que cargamos. Nadie tiene por qué llevar más peso del que puede cargar. No podemos olvidar que en la vida los verdaderos triunfadores no siempre son aquellos que más peso llevan sino los que más felices son.

Es bueno encontrar personas que nos ayuden a liberar de nuestras cargas. No estoy afirmando que es bueno que otras personas tengan que llevar nuestras cargas; hablo de personas que nos ayuden a despertar para poder entender que muchas cosas que cargamos son en el fondo un peso inútil, nocivo y perjudicial; hablo de personas que nos escuchen cuando queramos hablar, personas que nos tiendan la mano cuando precisemos de ayuda, personas que nos muestren otros caminos, personas que nos den consejos para llegar a viejos, personas que cuando aparezcan llenen de luz nuestro día, personas que nos recuerden que tenemos alas y podemos volar.

Un ser humano sobrecargado es un peligro para él y también para los demás. En cualquier momento puede llegar al límite de sus capacidades y puede llegar a sentir que a sus fuerzas le llegó el final.  Un hombre sobrecargado se puede desplomar y de un momento a otro acabar con todo y con todos. Si el padre de familia sobrecargado cae, con él cae toda la familia; si la madre de familia sobrecargada cae, con ella cae toda la familia también. La caída, el desplome de los otros termina afectándonos también. Por eso, aliviar las cargas de los demás no sólo es un desesperado acto altruista sino, sobre todo, la única posibilidad real y viable para la supervivencia de todos. Es bueno para nosotros que los otros estés bien, es saludable para nuestra familia que cada uno de sus miembros lleve sólo el peso adecuado, es bueno para la humanidad que exista un sano equilibrio y nadie esté sobrecargado. Colocar peso de más sobre los hombros de los otros es, en el fondo una sutil y prolongada forma de matarlo sin imaginar siquiera que esa muerte tarde o temprano terminará matándonos a nosotros mismos.

Vengan a mí todos los que están cansados que yo los aliviaré… son las palabras de un verdadero Maestro, del mayor de todos, del revelador de una nueva manera de relacionarse con Dios. De él aprendemos que una verdadera espiritualidad tiene que ser liberadora, una auténtica iglesia tiene que ser lugar de descanso para todos los que están cargados, una sociedad mejor se construye equilibrando el peso del mundo, distribuyendo mejor las cargas, compartiendo con mayor justicia los panes, los peces y la alegría.