La importancia de la educación inicial

Cualquier profesor y maestra de primaria, sabe cuáles de sus estudiantes recibieron educación inicial o temprana y cuáles no. Los primeros son más sanos emocionalmente, ya que aprenden a interactuar, a resolver las tensiones propias de la convivencia y a reconocer que hay niños y niñas con ideas, actitudes y características diferentes y que hay que respetarlos a todos por igual. Eso es visible en sus interacciones sociales. En cambio, quienes no asisten a la educación inicial, tienden a ser más agresivos e intolerantes, más centrados y menos inteligentes en sus interacciones; y escuchan e interactúan menos con los demás. Los maestros saben también que la educación inicial desarrolla la inteligencia analítica, ya que fortalece los procesos para seriar, clasificar y establecer relaciones entre objetos e ideas.
En Colombia solo el 20 por ciento de los niños menores de cinco años reciben educación inicial, la cual solo se generaliza con el llamado “año cero” o año de ingreso al colegio “grande”; y como suele pasar en países con Estados débiles, los más perjudicados son los niños de estratos 1 y 2, ya que la educación pública a la que tienen acceso es poca y de muy baja calidad. Lo más triste en esta reflexión es que la mayoría de los niños no tienen posibilidad de acceder a una educación inicial de calidad. Y esto tiene que ver en el lugar donde nacen, generalmente en las regiones más aisladas y deprimidas socioeconómicamente. Hay que atacar el círculo vicioso de la pobreza desde su raíz. La pobreza genera bajo nivel educativo y éste, a su vez, deteriora los ingresos salariales, lo que termina por impedir un mayor nivel educativo para las siguientes generaciones.
El impacto de la educación inicial ha sido estudiado a profundidad en las últimas décadas en el mundo. Uno de los estudios más reconocidos al respecto, fue adelantado por James Heckman, quien recibió el Premio Nobel de Economía en el año 2000. La conclusión es la misma en todos los estudios: la educación inicial de calidad es una de las inversiones más justas e importantes que conozca el ser humano. En este periodo, los niños consolidan sus procesos de pensamiento y adquieren las primeras nociones. La educación inicial suele enriquecer su inteligencia práctica, tanto por el efecto que produce en la motricidad fina como en la motricidad gruesa. Su sensibilidad aumenta por la convivencia mediada y el acercamiento a las actividades artísticas y al juego temático de roles, el cual, bien orientado, se convierte en el mejor aliado de la convivencia sana de los niños en el mediano plazo.
Nelson Mandela sostenía una tesis muy similar, aunque la expresaba en términos más poéticos: “No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad, que la forma en la que trata a sus niños”. Los primeros cinco años son decisivos para la construcción de la arquitectura cerebral, determinar el número de neuronas y, muy especialmente, garantizar las conexiones sinápticas entre ellas. Es el momento de mayor plasticidad del cerebro. Por tanto, también de mayor aprendizaje. Por esta razón son muy graves el hambre y la ausencia de educación de calidad en los años iniciales pues generan deterioros irreversibles en el cerebro de los menores. Los docentes sabemos que un niño que asiste a la educación inicial está menos expuesto a reprobar año o a desertar de la escuela, al tiempo que esa edad es uno de los momentos más importantes en la vida para desarrollar y consolidar la inteligencia afectiva, comunicativa, práctica, social y analítica.
La Ley General de educación de 1994 estableció que todo niño tenía derecho a tres años de educación inicial. Hoy, 25 años después, esto sigue siendo letra muerta para millones de niños. El Estado incumple lo establecido en la ley. En términos de Mandela, diríamos que tenemos un Estado que ha revelado que tiene un alma empobrecida. En Colombia dedicamos muy pocos recursos a la educación inicial. Es por ello que garantizar los tres años de educación inicial que veinte años atrás estableció la Ley General de Educación, sin distingos de estrato, género ni región, es una condición para acrecentar la democracia, disminuir la inequidad y mejorar la calidad de la educación. Aunque parezca increíble, nuestro sistema apenas ha logrado incluir el primero de estos.
Investigadores, científicos y educadores también sabemos que lo que no hagamos en los primeros años, en muchos casos, no lo podremos hacer después. Es por ello que se habla de que la edad inicial es un periodo “crítico” para el desarrollo. Se debe exigir a nuestros gobernantes, en debates y reuniones, formalizar un acuerdo fundamental, con acciones claras y definidas que garanticen el desarrollo de los niños desde su tierna infancia. La niñez no da espera y, por ello, es necesaria una mirada profunda a su situación actual.