Un dos de octubre por la tarde, agotados por el trabajo, se reunieron cuatro ángeles guardianes en un cálido sector de las Alturas para compartir las experiencias que tuvieron durante el día. En un momento de la conversa uno de ellos preguntó a sus compañeros cuáles eran los lugares más peligrosos para el trabajo de un ángel guardián.
Toñín, el más joven de ellos, rápidamente dijo que nunca vio tanto peligro como el que encontró en las tupidas selvas amazónicas. Habló de las anacondas gigantes que estrangulaban tapires adultos, contó también de las pirañas asesinas que en segundos acababan con familias enteras de cocodrilos milenarios, habló de plantas carnívoras y también de hierbas venenosas, describió rituales de tribus salvajes que rendían culto al diablo y preparaban el sancocho con chocosuelas humanas… Habló de la selva quemada, de la madera talada, de las comunidades ancestrales despojadas; presentó esa región del mundo como un lugar oscuro, desconocido y peligroso.
Um segundo ángel, Jacobo, dijo que respetaba lo dicho por Toñín pero que acreditaba que el lugar más peligroso de la tierra estaba en medio de las grandes paredes de cemento de la ciudad de Nueva York. Ahí el crimen campeaba libre como si estuviera en casa, se fabricaban ideas para despojar al resto de la humanidad, las drogas ilícitas no podían faltar en los banquetes glamurosos de los magnates, las calles estaban llenas de gente sin nombre, niños de nadie, hombres sin ley y sin Dios. Jacobo contó que un día se disfrazó de enfermero para poder quedarse un día entero sacando los gusanos que tenía em la piel un pobre refugiado que la corte celestial había puesto bajo sus cuidados. Contó que lloró cuando supo que después de que él se fuera llegó la policía migratoria y embarcó al refugiado en un avión que lo dejó caer por la puerta de atrás em medio de uno de los océanos de la tierra.
Otoniel fue el tercer ángel que habló. Dijo que desde la tragedia de Chernóbil toda la tierra se había tornado peligrosa, que el mundo estaba dañado totalmente, que no sólo los lugares eran peligrosos sino además las personas, los animales, las cosas, los insectos y hasta los microbios porque ellos también tenían la posibilidad de dañar y de matar. Habló mal de los políticos, de los médicos, de los pastores y de los profesores. Como chiste dijo que nunca se sintió más inseguro que cuando le dieron la tarea de cuidar al papa en el Vaticano. También dijo que ya había pedido ser trasladado a una misión a otro planeta más tranquilo y con más esperanza porque él como ángel guardián ni estaba garantizando la seguridad de las personas que le encomendaban ni estaba sintiéndose seguro. Los otros ángeles supieron que lo último que Otoniel habló era verdad porque percibieron en sus palabras una grande dosis de miedo.
Cuando terminó de hablar Otoniel, Jacobo y Toñín dirigieron su mirada hacia Miguel, el más experimentados de los cuatro ángeles que conversaban. Él, después de tomar aire dijo que ciertamente los lugares señalados eran peligrosos pero que después de haber cumplido misiones antiguas y peligrosas como proteger los inocentes del fuego de Sodoma y Gomorra, luchar contra la bestia apocalíptica que quería devorar el hijo de la Reina preñada, acompañar la oración valiente de los primeros cristianos en las catacumbas romanas, salvar de la muerte a los acusados falsamente por el tribunal de la Santa Inquisición, acompañar el viaje por mar de las tres calaveras de Cristóbal Colón, proteger con San Pedro Claver a los negros de Cartagena, desviar las bombas que iban a caer sobre las iglesias en la segunda guerra mundial, guardar la vida de los últimos cinco papas de la iglesia católica… en fin, después de conocer tantos lugares peligrosos ahora había recibido una nueva misión: proteger en el vientre de sus madres a los que aún no han nacido. Miguel dijo que nunca imaginó que, el vientre de una mujer, que debería ser el lugar más seguro para una criatura se pudiera convertir a veces en un lugar tan peligroso. Peligroso porque los niños son atacados por la espalda, cuando están más vulnerables y por la persona que debería amarlos más. Peligroso porque en un instante puede ser truncado todo el futuro de un nuevo ser; peligroso porque muchas veces el asesinato se realiza bajo el amparo de la ley, movido por intereses egoístas y oscuros en una sociedad que de manera muchas veces hipócrita aparece como defensora de los derechos humanos, defensora de la vida y defensora de la dignidad. Esos nueve meses que una criatura pasa hoy en el seno de una mujer gestante son hoy por hoy los nueve meses más peligrosos de su vida, concluyó Miguel.










