Hay personas que tienen dificultad para ver de lejos; otras no pueden ver bien de cerca. Una buena vista permite ver con normalidad tanto lo uno como lo otro. En un mundo lleno de oculistas, oftalmólogos y optómetras es realmente una bendición poder tener los ojos sanos y no precisar de lentes para percibir las distintas tonalidades de la vida.
Más allá de la buena vista física, propia de los ojos, está lo que yo llamo buena visión; ella nos ayuda a percibir la realidad desde diferentes ángulos. Una visión intelectual nos permite analizar los acontecimientos desde una perspectiva crítica y formal; una visión espiritual nos permite observar todo desde la óptica de Dios y de su proyecto salvífico; una visión Psicológica nos ayuda a entender no sólo lo que sucede sino las razones conscientes e inconscientes por las cuales suceden las cosas; una visión histórica nos ofrece herramientas para situar los acontecimientos em su contexto social, cultural y temporal… En fin, vemos así que la realidad puede ser visionada desde distintos ángulos, a través de varios lentes y desde diferentes perspectivas.
Sucede que frecuentemente nos encontramos con personas que tienen muy buena vista pero muy poca visión. No perciben lo que sucede a su alrededor, no saben las razones que están detrás, no conocen le explicación de lo que está aconteciendo y no alcanzan a entender por dónde es que le está entrando agua al molino. Pudiéramos decir que estas personas padecen una especie de ceguera existencial que los confina a vivir en la niebla. Caminan, se dirigen y van a donde la inercia o el barullo de la masa bruta los conduce.
En la Biblia se habla de una categoría de personas que teniendo los ojos buenos no consigue ver la realidad. Se trata sin duda de aquellos que no reconocieron la revelación que Dios hacía en su hijo Jesucristo. En el libro sagrado, especialmente en los Evangelios, se quiere dejar claro que la mayor ceguera de un hombre es no percibir la acción de Dios en su vida. Uno de los objetivos del maligno es lograr que no veamos lo bueno que existe. Tal vez la mayor victoria de eso que llamamos diablo sea conseguir que los hombres dejen de ver el mundo como un paraíso y se dediquen a construir en él su propio infierno.
La mayoría de los grandes personajes bíblicos fueron visionarios; percibieron no sólo la superficie de las cosas sino también el fondo de ellas; vieron lo que estaba sucediendo en el momento y también vieron lo que sucedería después. Es en este contexto donde podemos entender la misión de los profetas en la Biblia; ellos como verdaderos visionarios fueron capaces de ver la victoria aún antes de que comenzara la lucha. Vieron como Noé, la salvación del Arca antes del gran aguacero; vieron como Moisés, la libertad más allá del mar, del desierto y de las cadenas de Egipto; vieron como Isaías, la llegada de los tiempos buenos aun en medio de las tormentas; vieron como los primeros testigos cristianos, la gloria de Dios revelarse encima de una cruz, vieron como los mártires, a la iglesia triunfante aun en medio de persecuciones y sangre. En el fondo, fueron todos visionarios, sembradores de optimismo y defensores acérrimos de la esperanza.
Pienso que hoy vale la pena tener cerca una persona no sólo con buena vista sino además con buena visión. Imaginemos el crecimiento tan grande que podrían tener las empresas, las comunidades, las familias con este tipo de personas. Si en un país de ciegos el tuerto es rey, pensemos en lo que sería allí un visionario. Nuestro mundo precisa de personas que sean capaces de ver lo que está en la superficie y también lo que está en el fondo de ella, que procuren desarrollar no sólo los ojos físicos sino también las visiones.