Más allá del optimismo que nos caracteriza, de cómo se habla en los medios sobre los resultados obtenidos en materia económica y social en los últimos años, o del rol que juega el sector que ha concentrado el poder político en la última década, la ciudad necesita analizar con mesura y profundidad el conjunto de datos y problemas que describen cómo vive nuestra gente. Si ese ejercicio se realiza con serenidad, encontraremos una realidad inocultable: Barranquilla es altamente vulnerable.
Varias investigaciones de Fundesarrollo indican que cerca de la mitad de los hogares barranquilleros somos “vulnerables”, término acuñado por algunos economistas para referirse a los hogares que tienen un ingreso diario por persona entre $7.868 y $19.671. El empleo y la calidad del mismo, se presentan como el factor que más aleja a los hogares vulnerables barranquilleros de la clase media, esta última sinónimo de progreso económico y de una democracia fuerte.
Abordemos entonces este último aspecto. La continua reducción de la tasa de desempleo de la ciudad ha ido acompañada por altos niveles de informalidad, un fenómeno que sufre todo el país en proporciones alarmantes. En 2018 la tasa de informalidad en Barranquilla (55.81%) superó en casi 9 puntos porcentuales a la presentada por las 13 ciudades principales de Colombia y su Área Metropolitana (47.26%). Esta ha sido la constante durante los últimos años, como lo muestra la gráfica. Entre 2013 y 2018 el 52.2% de los nuevos ocupados en la economía de la ciudad se emplearon de manera informal. Más de la mitad de los barranquilleros viven gracias al rebusque. Además, 1 de cada 3 barranquilleros se encuentra inconforme con el salario que gana, las funciones que desempeña y/o las horas que trabaja (DANE 2019).
La mirada por hogares es más dramática. La informalidad en el departamento del Atlántico es superior al total nacional en todos los grupos de hogares. En los vulnerables específicamente, la tasa de informalidad es del 78.8%, siete puntos por encima del promedio nacional. Por su parte, el 61% de los hogares de clase media atlanticenses se encuentran en informalidad, once puntos por arriba del total nacional.
El problema de la informalidad es que compromete el presente y el futuro de este tipo de ocupados, pues los excluye de los sistemas de salud y pensión, al tiempo que afecta fuertemente el recaudo tributario del país y el principio de solidaridad generacional sobre el que se erigen las pensiones.
Algunos funcionarios distritales alardean por las bajas tasas de desempleo, pero no se preguntan por qué en las encuestas de percepción ciudadana 4 de cada 10 barranquilleros consideran que no es fácil conseguir trabajo en la ciudad, y sólo 1 considera que sí (Barranquilla Cómo Vamos). La informalidad amenaza con devolvernos a los niveles de pobreza de años anteriores y sumada a la inseguridad ciudadana, pone en riesgo la estabilidad y los logros alcanzados por los barranquilleros fruto del esfuerzo y el trabajo de nuestras familias.
Y que más de la mitad de los ocupados en Barranquilla laboran informalmente, es alarmante, pues amenaza con que la ciudad tenga una población sin soporte económico en su vejez, sin garantías de su derecho a la salud, ni protección de los riesgos que se presentan en el trabajo y sin poder acceder a beneficios que la ley establece para un trabajador formal, desde auxilios para compra de vivienda y aquellos que las cajas de compensación están obligadas proporcionar.
@MelissaAnibal