Definitivamente, la única manera de reducir la alta accidentalidad, cada día más preocupante a lo largo y ancho del país, sobre todo en estas épocas de alto flujo de movilidad, es contando con conductores capacitados. Si eso no sucede es muy difícil que las muertes en las vías dejen de ocurrir; antes por el contrario, la imprudencia de los choferes va a continuar.
La imprudencia de muchos conductores se ha constituido en la ‘chispa’ de la mayoría de accidentes de tránsito; sin embargo, no hay que descartar que la logística vial y la falta de mantenimiento de los vehículos han contribuido a que se genere ese tipo de incidentes.
Ciertamente los índices de accidentalidad se pueden reducir, pero se hace necesario seguir trabajando e impulsando a los conductores para que se capaciten, ya que los percances automovilísticos que se presentan tienen gran repercusión por las vidas que se pierden.
El oficio de conductor es un trabajo que merece ser dignificado porque al fin y al cabo es una actividad que necesita compromiso y responsabilidad, por lo que se hace imperativo que las empresas de transporte cuenten con verdaderos profesionales de la conducción.
Hay que tener gente preparada para afrontar cualquier imprevisto, tanto en las carreteras como en las calles de las grandes ciudades, que como Barranquilla, no han dejado de sufrir las consecuencias de la irresponsabilidad de algunos conductores mal educados, quienes generalmente son los causantes de las tragedias en las vías.
Tragedias en las que casi siempre resultan involucrados choferes irresponsables, lo cual caracteriza a miles de conductores de taxis, buses, busetas, colectivos, camiones, volquetas, tractocamiones y motocicletas, los mismos que sin escrúpulo alguno, violan las normas del Código Nacional de Tránsito.
Violaciones que van desde el irrespeto a los semáforos en rojo, el estacionamiento donde está prohibido, circular en contravía, no hacer la escuadra en donde está indicado por las señales respectivas, exceso de velocidad y alicoramiento, por mencionar sólo algunos casos. Muchas vías de Barranquilla están cada vez más a merced de unos individuos que no respetan las vidas ajenas a la hora de hacer lo que les place. Indudablemente los accidentes de tránsito se constituyen como una de las causas de mortalidad en nuestro medio.
Este fenómeno bien podría catalogarse como una epidemia social, que debe llamar a la reflexión y preguntarse si son un fracaso las campañas de seguridad vial desarrolladas por las entidades competentes y si en verdad conductores peatones y autoridades están comprometidos con la reducción del número de accidentes de tránsito cada año.
El desconocimiento de las normas y señales de circulación son una realidad relevante; en nuestras capitales, por ejemplo, se estima que sólo un escaso 20 por ciento de los conductores y peatones distingue y observa las disposiciones legales. Eso significa que allí radica una de las primeras causas del alto índice de siniestralidad en nuestras carreteras y vías urbanas. El remedio en este caso, es una gran campaña educativa que eleve la capacidad de los conductores y de la ciudadanía para que convivencia y movilidad se den la mano. Después tendrá que aplicarse la ley sin ninguna contemplación y con mayor severidad.